Paseo


Fue un paseo brutal, de aquellos que te remuerdes de vergüenza por las infinitas preguntas elementales sin respuestas elementales. Papá quiero ir a la punta del cerro, allá, quiero conocer a tus amigos, nunca me llevas.
Lo pensé mucho pero decidimos caminar juntos e iniciar por primera vez nuestro "paseo social", y fue por esa mañana mi asistente, mi conciencia.
Dejamos de lado nuestro inmenso parque verde, el laberinto de cemento y la boca enorme de su tablet atragantada de posibles creatividades muertas. Pusimos en un diván de espinas a nuestro "confort usual" de los fines de semana.
Por alguna razón evitamos que nuestros hijos vean las realidades estructuradas de injusticias. Invisibilizamos las verdades dolientes, a pesar que, sabemos que cuando no estemos, a esas malditas iniquidades tendrán que enfrentar solos y con sus propias manos (espero).
Aprendí mucho de Maura sobre todo a recuperar aquellos cuestionamientos puros que todo niño tiene; mi tránsito letánico ordinario por los asentamientos humanos que rodea mi urbe se ha sumado ahora la indignación de mi niña (fue un privilegio percibir su rostro molesto ).
En la cima del cerro le explicaba que a la izquierda de la loma está Vitarte y a la derecha se encuentra la Molina. En la Molina he visto un lago grande y artificial, me dijo, pero aquí hay sólo valdes y bateas ¿porqué?.
Llegamos a la casa más alta, la casa celeste, cuya inscripción decía manzana H lote 2, no tiene timbre, me dijo, no tiene luz, le dije, y porque tiene esa casita pequeña afuera, ¿ahí vive su mascota?, me preguntó, no, es su baño, sentencié absorto.
No existe motivo pedagógico para ocultar a los niños las injusticias multicolores y la cadena de frías solidaridades que tejen galopante el ecosistema del futuro.
Aprender viviendo, reflexionando nuestra miseria y tomando conciencia de nuestro gran potencial para cambiarlo es un derecho irrenunciable que todo niño debe tener, si queremos re-humanizar el planeta.

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