En una reunión cualquiera de agentes pastorales del cono este de Lima la magistral charla del Padre Chiqui era interrumpido por mis contantes chacotas, de pronto sin dejar de hablar se me acercó lentamente y puso sus manos en mis hombros, siguió hablando durante minutos y me congelé esperando que en algún momento se iba referir a mi odiosa actitud, cada segundo sus dedos convirtieron en alambres oxidados todos mis instintos, estaba atrapado, controlado y dominado; una camisa de fuerza de 19 años de inexorable hiperactividad encontró de pronto su bing bang, fue el momento preciso cuando empecé a creer en la espiritualidad, aprendí a sentir de verdad la fuerza positiva de los hombres de fe; cada vez que culminaba una frase Chiqui lo hacía con tal fuerza que apretaban sus manos marcándome el hombro como si fuera un subliminal mensaje, luego de una eternidad se puso frente a mí y siguió hablando mirándome fijamente y dijo finalmente a todos con voz firme : “de ninguno modo dejemos de ser alegres, ¡jamás¡, pero evangelicemos algunas risas que se disfrazan de alegría”.
En reconocimiento a su loable labor en el distrito de El Agustino, P. José Ignacio Mantecón SJ, ósea el Padre “Chiqui”, ha sido el ganador del Premio por la Paz 2015 en la categoría de Sociedad Civil – Experiencias Extraordinarias, que fue otorgado por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP).
Chiqui es un sacerdote diferente, chiquito, por eso ese sobrenombre, es un maestro de la calle que convirtió núcleos de violencia en nidos de pasión por la vida. Lucha sin cansancio desde hace 30 años, convertir los cerros que rodea su parroquia en verdaderas aulas del saber es su obra en ciernes.
Alguna vez compró una batería vieja para que los grupos de rock del Agustino ensayen por turnos hasta el amanecer, desde ese espacio evangelizador nació canciones que moldearon destinos y de paso cimentaron el Agustirock dando nacimiento a un movimiento de mucho ruido y fe por un país que se ahogaba de un mar de violencia política. Su fuerza evangelizadora inició literalmente la fusión de la chicha con el rock, popularizo el rock en castellano de barrio, pero sobre todo de protesta, Chiqui le daba ají a las letras, él mismo era un rockero reconocido en nuestro Agucho querido.
Chiqui ama el deporte y ha movilizado a través del fútbol descomunales conciliaciones y acuerdos históricos entre pandillas; muchos de sus cabecillas ahora sigue rescatando jóvenes y menguando de algún modo la inseguridad ciudadana. Fundó la primera comunidad de travestís pobres, enterró con dolor a muchos carcomidos más por la indiferencia que por el Sida.
Cuando mira los cerros poblados a Chiqui le indigna más los niveles altos de tuberculosis que la violencia.
Una lección de vida presente, un héroe social, un maestro rebelde que nos recuerda que “tenemos que entender con el corazón que la compasión no tiene límites” y cuya esperanza de cambio resurge en la iglesia, pues lo gritó públicamente sin miedo "con este Papa el Evangelio está empezando a entrar en el Vaticano".
Si van a buscarlo siempre estará dispuesto a escuchar, pero eso si no le gusta que lo traten de usted y viste camisetas de manga cero. El arete que sobresale en su oreja izquierda y su contagiante ritmo de rock no es otra cosa que su espíritu juvenil eterno, el mismo que ha hecho de sus discípulos como yo mantener también esa alegría mucha alegría pero con irrenunciable libertad.

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