La gran final


La gran final se jugó con pasión indescriptible, en calles alfombradas de piedritas húmedas, esas mismas piedritas que hasta hoy son arropadas por lluvias y pisadas en multitudes; el pasto ralo fue testigo de esas jugadas históricas que abrían rodillitas y marcaban manitos por las intensas caídas.
Grandes rocas de espaldas frías bordeaban nuestro campo de juego. El viento sabía a hielo de madrugada pero no importaba, correr en la altura no era un problema, el asunto era correr vomitando humedad de nuestras boquitas de dragón. La gran final se debía jugar a muerte, aun cuando el gran estadio se inclinaba por una pendiente de lomas (lomos) y hoyos.
El ataque, la patada y los goles se multiplicaban por decenas, festejábamos cada gol como si fuera el último. Recuerdo bien al Chino, Sergio, Percy, Tachi y Abel el gran equipo aguerrido; recuerdo también a las tres niñas que siempre asomaban airosas al costado de nuestro gran estadio, las airosas gritaban con agudeza cada caída, cada gol; sus vocecitas finísimas espantaban no solo a las aves chismosas sino también movían las nubes despejando el cielo-océano de exagerado azul. Así vivíamos la gran final, éramos los niños de la Calle Bolognesi de los años 70.
Jugamos el último partido con inolvidable sensación de libertad y alegría y silencio radical que permitía que las risitas de todos vuelen como mariposas con tal nitidez que parecía que destilaban magia gota a gota hacia nuestros privilegiados oídos de orejitas con tierra.
Dos días después salía con toda mi familia hacia la capital, no volvimos a jugar juntos nunca más, cada uno de nosotros tomamos rumbos tan distintos que unir al equipo aguerrido y a las tres niñas airosas se convierte en un reto casi imposible, y si aun nos uniéramos nuevamente, imposible repetir ese privilegio de JUGAR DE VERDAD.
Todos al llegar a la gran ciudad aprendimos que para ser feliz debíamos asumir altos costos plagados de renuncias; los artificios de la gran ciudad moldeados de intereses pelaron de nuestros cuerpitos nuestras cascaras de noblezas naturales. Por eso fue la gran final, sin duda ni murmuraciones.

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