Mi preocupación de entonces era si la batería orgásmica de Soda Stereo volvería a retumbar el Amauta o practicar hasta la madrugada las canciones ininteligibles en francés de Indochina, los sábados a jugar fútbol en la nube de polvo de Puruchuco.
Pero de pronto un hijo en los brazos convirtió mis días apacibles en el inicio de una agenda intensa que hace más de 20 años no tiene signos de terminar. Fueron miles las horas que flamearon en una tensa cuerda de renuncias inevitables y sueños postergados, pero también dieron paso a una manera difícil pero necesaria de ser también muy feliz, aunque Soda e Indochina no suenen igual que antes.

No hay comentarios:
Publicar un comentario